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LA RENOVACION ESPIRITUAL

En la búsqueda de las realidades espirituales, no vamos a conformarnos con las propuestas de las diferentes religiones.  Las respuestas que encontraremos en sus dogmatismos infantiles no podrán ser aceptadas por espíritus verdaderamente modernos.  Cada una de ellas nos propone una bonita historia. Para nuestros antepasados, el problema de la elección era inexistente ya que bastaba con creer en la religión “oficial” del lugar donde vivían. Era un deber, y el escepticismo debía permanecer disimulado por una adhesión totalmente exterior.

Las guerras de religiones debían separar las buenas doctrinas de las malas. Y nuestros antepasados aceptaban con ingenua incredulidad la creencia de que en su tierra natal se había revelado la verdad.  En cuanto a los grupos heréticos y marginales, carecían de interés para ellos, ya que no tenían otra posibilidad de elección que algunos sectarismos.  Abandonar una religión para tomar otra es dejar lo malo por lo peor. Por todas partes la misma pretensión al exclusivismo, siempre el mismo dogmatismo.

La tolerancia actual es un progreso en el ámbito de la coexistencia pacífica. Pero si los sectarismos religiosos han dejado de matarse entre ellos, no han perdido por el contrario nada de la estrechez que los caracterizan.

Nosotros somos hombres modernos, y queremos ser enteramente modernos. Es decir, totalmente nuevos.

Ya no nos sirven todas esas historias. Si todavía hay gente que se queda en el atolladero del pasado y que no ha comprendido la mutación colectiva que se está operando, peor para ella. No es a ellos a quienes nos dirigimos. Hablamos para los hombres del futuro. Pues el futuro está ya aquí para quien quiera ver.

Las religiones, que hasta ahora han respondido a las aspiraciones espirituales de la humanidad, se han vuelto caducas. Su dios ha muerto, y no va a ser en ellas donde vaya a resucitar de nuevo. Esta resurrección se efectúa en diferentes lugares. Fuera de los caminos trazados, fuera de las viejas cantinelas. Revestido de un cuerpo y de un rostro nuevo.

Si las religiones se han anquilosado, ¿es la filosofía la que tiene ahora la palabra?. Habiendo perdido hace mucho tiempo el camino de la intuición transcendente, la filosofía no es capaz de responder a las aspiraciones espirituales que nos preocupan. Con el materialismo, el cienticifismo y el ateísmo en que han desembocado, acaban de consumar la muerte de las religiones. Pero el materialismo, el cienticifismo y el ateísmo, son cosas del pasado, pertenecen a la generación de nuestros padres. Pero ya hemos dicho que nosotros queremos ser enteramente modernos. La negación de la espiritualidad ha permitido hacer tabla rasa. En cuanto a nuestro pensamiento, es post-religioso y post-materialista.
Convencidos de la incompetencia de las religiones, nuestros padres han intentado probar con el materialismo. Pero nuestra mirada se ha vuelto clara, ha juzgado su obra y ha analizado los resultados que han obtenido.

Materialismo marxista y materialismo capitalista no nos convienen. Estos dos sistemas, restrictivos con relación a las dimensiones espirituales del hombre, han demostrado ser incapaces de satisfacer las más altas y esenciales aspiraciones de éste.

Tenemos que atrevernos a inventar un nuevo espiritualismo. Esta invención no vendrá de la revelación de ningún profeta deseoso de fundar una nueva iglesia, para reincidir así en los mismos errores del pasado. Este género de profetas abunda. Pero su mensaje se dirige a los espíritus simples, que ignoran la acidez reveladora del razonamiento moderno.

Son muchos los que están dando forma a un nuevo espiritualismo con bases totalmente nuevas. Este nuevo espiritualismo que está a punto de nacer, es el resultado de una mutación a nivel de la consciencia colectiva. Esta es la razón por la cual los que lo están elaborando no están unidos entre sí por ninguna clase de atadura. Sólo una cierta forma de convergencia permite constatar que pertenecen a la misma familia espiritual. Así pues, nuestra finalidad no es otra que la de sumergirnos en la gran corriente que se desliza silenciosamente por el mundo, y preparar el amanecer espiritual del mañana.
Los odres viejos no convienen para el vino nuevo. No os imaginéis que el futuro consiste en renovar esta o aquella religión tradicional. Ya estamos hartos de tradiciones anquilosadas. Sólo los espíritus timoratos que desean el cambio sin atreverse a romper las ataduras del pasado, intentan esa clase de negocios. Su esfuerzo no logrará más que prolongar la agonía de lo que ya está virtualmente superado.

Por lo tanto hemos terminado con las religiones y no vamos a elegir entre los diferentes dogmatismos, así como no intentaremos elaborar un nuevo sectarismo. Nuestra espiritualidad será anti-dogmática, anti-sectaria, será el resultado de una búsqueda libre y de la libre confrontación con diversos tipos de experiencia interior conocidos en el transcurso de los tiempos por los espiritualistas de diferentes obediencias culturales.

Hemos terminado con el autoritarismo de las Iglesias, de las tradiciones, de las órdenes iniciáticas, de los grandes maestros,  y de los super-Gurús. A pesar de que sea natural y necesario que los que saben enseñen a los que buscan, queremos una espiritualidad sin dirigismo. Una espiritualidad que no dé lugar al nacimiento de instituciones socialmente parásitas. Una espiritualidad en la cual ningún clero, casta o categoría de individuos, pretenda detentar arbitrariamente las llaves.

Hemos terminado con la vana especulación de los eruditos que se pierden en las nubes de un esoterismo puramente libresco, con las inverificables promesas de los visionarios, encerrados en las representaciones mentales de una religión particular. No es un opio lo que buscamos. Nuestra espiritualidad quiere ser algo vivido aquí abajo y desde ahora.

Hemos huido con las huidas fuera del mundo. Nuestra finalidad no es la de aislarnos de la porquería de este siglo y de construir un arca de Noé en la que nos podamos refugiar. Nuestra intención no es la de, bajo pretexto de la búsqueda interior, incitar a la dimisión frente a las realidades científicas, sociales y políticas. Somos ciudadanos del mundo, y queremos permanecer con los pies bien firmes en el barro tangible. Nuestra espiritualidad será una apertura a las realidades espirituales, acompañada de una plena y perfecta realización de la condición humana.

Hemos terminado con los despreciadores del cuerpo para quienes el gozo es algo malo. Con los que han elaborado edificios espirituales basados en la represión y que han establecido la famosa oposición entre espiritualidad y sexualidad. Nuestra espiritualidad será la de un desarrollo integral. No rechazando nada, lo espiritualizaremos todo.

Hemos terminado con el legalismo moral y con los códigos de conducta de la bienhechora burguesía. Nuestra espiritualidad estará basada en la espontaneidad del lenguaje del corazón.
Hemos terminado con la superstición del fetichismo hacia los libros sagrados. Pues la verdad no puede estar encerrada en los libros por muy venerables que sean. La verdad es algo vivo que habla en la consciencia de cada uno.

Hemos terminado con los ritos, los cultos y las ceremonias, pues nuestra espiritualidad no está basada en una participación exterior, sino en la vida interior.

¿Qué queda pues, preguntarás? Queda lo esencial, lo esencial que los meandros inútiles de la superficialidad han sumergido en tantas consciencias.

Si nos parece necesario el descombrar las ruinas del pasado que nos impiden construir nuevos edificios, esto no quiere decir que nuestra espiritualidad sea una negación sistemática de las antiguas espiritualidades. Debemos desempolvar las antiguas formas de espiritualidad, para que aparezca más claramente lo que en ellas hay de eterno y universal. Debemos retirar todo lo que en la estructura que forma una espiritualidad corresponda al tiempo, para asimilar y transmitir lo que constituye la quintaesencia del mensaje de los sabios y místicos de oriente y occidente.

La verdadera transmisión no es una repetición, es una creación. Para ser herederos eficaces seamos herederos revolucionarios. No nos atasquemos en las instituciones orientales u occidentales, que son el fruto de estructuras sociales y psicológicas pertenecientes a épocas pasadas. Vayamos a lo esencial, lo esencial que sabios y santos de todas las religiones no han dejado de revelar.

Sacudamos las escorias acumuladas en los depósitos del tiempo, para encontrar lo que no tiene edad.

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